martes, 5 de octubre de 2010

MÝVATN (I): "… pues no sabéis ni el día ni la hora …"

Solemos recelar de lo desconocido y exagerar la entidad de cualquier amenaza potencial. Por lo general, huimos de la inseguridad y la prevención ante lo extraño, el miedo, nos sirve como una especie de coraza. Pero al mismo tiempo, la visión cercana del peligro -el incendio de un bosque, la aparición de una pequeña víbora o el estallido de un altercado callejero-, suele atraer nuestra mirada y hasta causar cierta fascinación. Y no digamos nada de los llamados deportes de riesgo, hoy tan de moda.  
El asunto tiene su enjundia. 
En Islandia no hay víboras ni incendios forestales ni altercados callejeros, pero el mismísimo infierno amaga, con variado pelaje, por muchos lugares. La tierra se ve desde lo alto fracturada, rasgada y marcada de viruelas. A lo largo de la brecha intercontinental, los movimientos sísmicos de baja intensidad se suceden sin cesar. Colosales capas de hielo cubren el diez por ciento de la superficie del país. Enormes caudales de agua lechosa corren desaforados a través de inmensos e inhóspitos territorios de lava y de arena negra. Las condiciones de la atmósfera pueden cambiar por completo en cuestión de minutos. En la planicie verde de las tierras bajas, donde la hierba crece a ojos vista durante los días de la luz perpetua, los preciosos caballos que pastan acariciados por el sol meloso trotan de pronto para agruparse, alinearse y dar la espalda a una feroz ventisca.
Todo ello, y mucho más, hace de este país uno de los destinos más fascinantes del mundo para el viajero... que va de paso.   



A la orilla del lago Mývatn un granjero siega la hierba quizá por tercera o cuarta vez durante el verano. Más allá, innumerables cráteres emergen de la tersura azul. A lo lejos, la cadena de montañas nevadas avanza hacia el Ártico entre el fiordo de Akureyri y la bahía de Húsavík.

Los cráteres piroclásticos o falsos cráteres se originan cuando una masa de lava que emerge con gran contenido de gases (dióxidos, sulfuros, vapor) se enfría repentinamente al tomar contacto con el agua o el hielo, se contrae con rapidez y revienta con gran violencia.




Los mosquitos que dan nombre al lago Mývatn, innumerables como las arenas del mar, 
no pican pero tienen tal querencia por penetrar en los resquicios de la cabeza humana que, a veces,
son absolutamente insoportables. Para esos casos de emergencia, los lugareños proporcionan
eficaces velos protectores.
Tras la bella modelo, el lago y los cráteres.



Para que os hagáis una idea más exacta acerca de los cráteres de explosión en el lago Mývatn,
he bajado de internet esta foto tomada desde un avión. Desconozco quién es su autor p
ero le agradezco el préstamo.


El bosque coloniza el territorio de lava en el Lago Mývatn ... hasta que el volcán decida lo contrario.
 Cuando un forastero descubre la región del Mývatn –El Lago de los Mosquitos- no comprende cómo los granjeros de Reykjahlið han podido sobrevivir aquí durante diez siglos ni entiende por qué no abandonaron el lugar hace mucho tiempo y para siempre jamás. Pero, al cabo de unas horas, el conocimiento va generando confianza y cuando el visitante tiene la certeza de que la caldera de Krafla no va a saltar por los aires de un momento a otro, la belleza insólita del lugar despierta todo su interés, luego una poderosa atracción y por fin una auténtica pasión. (Por lo menos en mi caso).





Fotografía aérea tomada de http://www.myndasafn.is/. A la orilla del Mývatn, el reconstruido poblado de Reykjahlíð se observa justo en el frente del manto de lava que en 1729 sepultó los viejos edificios respetando justamente la iglesia a cuyo alrededor formó un arco. A la izquierda, la pista del aeropuerto. 
 
El volcán Krafla


En la región del lago Mývatn, el volcán Krafla forma un amplio escudo de unos veinticinco kilómetros de diámetro. En medio está la caldera que mide unos diez kilómetros de este a oeste y ocho entre norte y sur y una red de fisuras que alcanza los 90 kilómetros de longitud con anchuras de entre 4 y diez metros y unas mil fracturas tectónicas.
La caldera se hundió en el último período interglaciar y luego quedó colmatada hasta el borde con diverso material volcánico.


El humeante campo de lava de Krafla, producto de la erupción de 1984, tiene 36 kilómetros cuadrados. Siguiendo la red de fisuras se alinean numerosos cráteres.
 Se han documentado aquí hasta 29 erupciones en época histórica, con emisiones de lava menores de medio kilómetro cúbico. (Hace 2100 años, en el rosario de cráteres al sur de Námafjall, fueron eyectados entre ¡dos y tres kilómetros cúbicos nada menos!
Uno de los dos famosos cráteres islandeses que llevan el nombre de Víti –El Infierno- está aquí. (El otro es el de Askjá). El Víti de Krafla es actualmente un bello lago de agua verde, aunque todo a su alrededor evoca el infierno de Dante.


El cráter Víti de Krafla. A un kilómetro de distancia se aprecia la masa negra de lava (36 m2) surgida de los cráteres alineados en la red de fisuras.



Los excursionistas se acercan al Víti pasando entre una acumulación de nieve y un rosario de pozos de barro hirviendo y emisiones de gases sulfurosos. En medio de la foto asoma una solfatara. (Detalle en la foto inferior). Más allá de la solfatara se observa mínimamente el agua verde en el cráter princpal. Y a unos dos kilómetros de distancia, destaca la negrura del campo de lava producto de la erupción en las fisuras de Krafla en 1984.


La caldera de Krafla tiene junto a su borde sur el área geotérmica de Námafjall y Hver con sus espectaculares pozos de barro en ebullición y atronadoras fumarolas. En la caldera hay numerosos cráteres que eyectaron pequeñas cantidades de piedra pómez. Los más recientes datan de 1724, cuando arrancó el episodio conocido como Los Fuegos de Mývatn, que duró cinco años. Este espectáculo pudo ser apreciado desde el sur de la isla. El 17 de mayo de aquel año se formó una fila de cráteres de explosión. La erupción ocurrió fundamentalmente en el cráter principal, el Víti, que eyectó piedra pómez silícea y escoria basáltica pero, sobre todo, barro y rocas superficiales. Este suceso no duró más que uno o dos días. En enero de 1725 se sintieron fuertes terremotos, se abrieron las grietas en la red de Krafla y también empezaron las emisiones de vapor y fango en los campos geotérmicos de Námafjall. Se abrieron nuevas fisuras en abril y septiembre de 1725. No hay documentada más actividad relevante hasta agosto de 1727, cuando ocurrió una erupción en la fisura de Leirhnjúkur, casi en el centro de la caldera. Los siguientes episodios ocurrieron en abril y diciembre de 1728 y en junio de 1728. La lava continuó fluyendo hasta septiembre de 1729 y alcanzó la orilla norte del lago Mývatn, sepultando dos granjas con las correspondientes viviendas en Reykjahlíð. La iglesia, aunque rodeada, permaneció intacta. En 1746 ocurrió una nueva erupción en la misma fisura, acompañada por movimientos de tierra.

 


Solfataras y pozos de barro bullente al borde del campo de lava de Krafla.
   

Imagen tomada de internet que muestra con claridad cómo es una erupción en una área volcánica de fisuras. La fotografía corresponde a la actividad del Krafla en 1984.

En el reciente período de 1975 a 1984 tuvieron lugar nuevas erupciones en la caldera y en la red de fisuras de Krafla que recordaron lo sucedido con los Fuegos de Mývatn. Todo empezó con un aumento de actividad sísmica durante la segunda mitad de 1975 y culminó con un terremoto en la zona de fisuras, el agrietamiento del suelo y la erupción en la grieta de Leirhnjúkur el 20 de diciembre.



Agrietamientos, desplazamientos verticales del terreno y cráteres en el área de la fisura de Leirhnjúkur.

Durante los episodios activos, el magma asciende bajo el volcán central y se almacena en la cámara de magma, que ocupa desde la cota de los dos a los tres kilómetros de profundidad. Desde ahí, como resultado de la presión, la lava se abre camino por la red de fisuras, rompe los primeros diques y avanza mientras ocurren temblores de tierra, desplazamientos verticales en la superficie, ensanchamiento de las grietas y aumento de la actividad geotérmica. Unos diecisiete episodios de este tipo ocurrieron entre 1975 y 1984.




El campo de lava producto de esta última erupción se extiende en 36 kilómetros cuadrados. El volumen total eyectado fue de 0,3 kilómetros cúbicos. La mayor abertura en la red de fisuras alcanzó un máximo de nueve metros en el borde septentrional de la caldera. El hundimiento en la parte central fue de entre dos y seis metros. Después de la erupción de septiembre de 1984, la cámara de magma se ha vuelto a hinchar recuperando en ocasiones el nivel previo. En adelante, de 1989 a 1992, la superficie se fue hundiendo a razón de cinco centímetros por año y entre 1992 y 1995 a 2,4 cm/año.


Castor, el pescador leonés, respirando vahos sulfurosos entre las grietas del manto de lava de Krafla.


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